5.4.10

Así vivimos - Posmodernidad

La posmodernidad comienza aproximadamente en el año 1950 con la aparición de la TV como suceso clave. A partir de ese momento fue cada vez más común encontrar en cada living de las casas una Televisión. Con ella apareció acentuada una de las características de la era posmoderna: la inmediatez. Los Mass media (medios masivos) son un claro ejemplo de esto: en los noticieros encontramos “noticias de último momento”, las cuales son transmitidas en vivo y en directo por la pantalla, y con las cuales no hay que esperar más a la última edición del diario para poder estar actualizado.

Es habitual encender la televisión y ver avisos publicitarios con el slogan "Llame Ya!" y con tentadoras publicidades. Ofreciendo productos de diversos estilos y resaltando la rapidez y efectividad inmediata de los mismos, venden estratégicamente a una sociedad adicta al consumo. Muchas de sus ofertas se tratan de elementos tales como "cinturón masajeador modelador de cuerpo", "pilates power gym" o "pastillas reductoras de peso", incluyendo descripciones como: "la fórmula maravillosa para un nuevo cuerpo..." o "dele una nueva forma a su cuerpo...", fomentando la idea predominante en nuestra sociedad posmoderna de que la imagen está por sobre cualquier valor espiritual.

En los años ‘80, nace un período llamado New Age (en inglés: nueva era) - de allí el nombre del vino popular con la imagen de la mujer en su etiqueta, el cual se hace eco del estilo de vida adoptado en estos años - con el comienzo de las cirugías estéticas. La importancia del aspecto físico hoy en día supera los límites de la racionalidad, llegando así a puntos extremos como lo son no sólo dichas cirugías, realizadas en exceso y sin control, sino también los tatuajes y piercings que abundan entre los adolescentes - y también los no tan jóvenes -. Asimismo, existe una tendencia a no dar la edad verdadera o a siempre pretender no aparentarla. Aparece además en este ciclo la llamada “cultura light” - con la cual se procura simular una vida más sana y más feliz - y con ella, el llamado por Enrique Rojas “hombre light”, y definido por el mismo autor como “sujeto trivial, ligero, frívolo, que lo acepta todo, pero carece de criterios sólidos. Todo para él es etéreo, leve, volátil, banal, es permisivo”. Bajo la justificación de ‘somos libres’ se realizan cada vez más modificaciones al cuerpo con el simple objetivo de estar más lindo. La pregunta que debemos hacernos es ¿hasta qué punto somos libres? ser libres implica no sólo tener la libertad de realizar lo que queramos, sino también tener la posibilidad de contar con el dinero para hacerlo. ¿O cuando decimos ‘somos libres’ en realidad estamos refiriéndonos a ‘ser propios’? Argumentos como “me hago una cirugía porque yo así puedo sentirme mejor, porque no estoy bien con mi cuerpo” son escuchados a diario. Y seguramente sean verdad. El punto es cómo se pudo llegar a tal extremo de inconformismo. La sociedad impone, muchas veces a través de los medios (sean programas de televisión, publicidades, diarios, revistas; donde encontramos modelos flaquísimas o modelos híper-musculosos) un estereotipo de cuerpo en el que predomina lo que hoy llamamos ‘perfección’. Y esto es lo que lleva a la falta de conformidad con uno mismo y a la necesidad de factores externos para poder sentirnos mejor (aunque nunca sentirnos completamente bien). La estética -conjuntamente con la sociedad- nos lleva a querer ser otro, porque nos aburrimos de nosotros mismos, porque necesitamos estar en constante cambio hasta un punto en que ya no somos más nosotros, somos otro. Juan José Saer en su cuento ‘El que se llora’ relata la historia de un hombre que se sueña llorándose a sí mismo. Está llorando todo lo que no pudo ser, lo que no pudo lograr. Y se llora a sí mismo porque se da cuenta que no logró ser eso que quería ser. Es, como nos pasa a nosotros, un trauma por no alcanzar aquél sueño que tanto quería. Por lo tanto, el deseo de cambio no sólo nos provoca inconformismo con nosotros mismos, sino también al no lograrlo sentimos frustración y profunda tristeza.

En la antigua Grecia, los actores eran llamados hipócritas. Ésto se debía a que, naturalmente, actuando no se mostraban como eran. Actualmente hay una idea común de no mostrarse tal cual uno es. Podemos notarlo por un lado, retomando la idea de no dar la edad que se tiene realmente, y por otro lo encontramos acentuado entre los más jóvenes. Como dice Beatriz Sarlo: “La chica elige el disfraz y luego lo pone, (…) el disfraz es más importante que el cuerpo” #. Lo importante es lo que se usa. Ya no importa la forma del cuerpo de cada uno porque lo fundamental es lo que cada uno ponga sobre el cuerpo. Así también, los disfraces cambian según la ocasión. Sarlo menciona: “Hay cosas que sólo se pueden ver en una discoteca; el vestido de fiesta, en cambio, se podía usar para ir a un teatro o a un casamiento”#. Hay en los adolescentes un estallido de subjetividad: ya no se tienen ideas o convencimientos propios y lo que vale es lo externo. Los jóvenes tienen la necesidad de mostrarse de una forma que no lo son realmente para poder, de una forma u otra; algunas con ropa llamativa y provocativa, otros con un piercing o algún color de pelo inusual, resaltar entre un grupo dentro del cual cada vez se notan menos las diferencias; y a la vez hay cada vez más grupos.

Una actividad usual entre estos grupos es salir de compras. Comprar entre amigos pasó a ser una actividad común, sea por el hecho de que se muestren entre ellos cómo les queda la ropa y elijan entre todos la opción que más convenga; donde predomina una característica fundamental del posmodernismo: la pérdida de la personalidad individual, o simplemente para utilizar el shopping cómo punto de encuentro para una salida. Comprar pasó a ser una actividad de todos los días, hasta un punto en el cual se compra porque sí. Pasó en muchos casos a convertirse en adicción. Ante un ataque de nervios, me voy al shopping y compro. Lo que sea, lo primero que vea que me guste. En este lugar tan frecuentado, encontramos no solo negocios de ropa, sino también otros que venden diferentes tipos de objetos de decoración y hasta un “patio de comidas”. Algunos hasta se unen con supermercados y mercados que venden artículos para el hogar. Así, se convierten en espacios donde encontramos todo en un solo lugar, y no hay que esperar o perder tiempo trasladándose de un lugar a otro, sino que, los shopping son muy efectivos para la tendencia actual a la inmediatez y a tener todo ya. Sarlo los define como “pequeñas ciudades”, y son ellas quienes imponen lo que debemos consumir y cómo lo debemos consumir. Impone modelos que inconscientemente la sociedad quiere seguir, una estética estándar; y es cuando no se logra asemejarse a lo impuesto que se vuelve al sentimiento de inconformismo. Y es también ante el inconformismo que se necesita consumir para poder llegar a la satisfacción que a la vez nunca es total. Queremos tenerlo todo, pero nunca nos ponemos a pensar cuál es en realidad el significado de tenerlo todo. Nunca tenemos todo, pero tampoco tenemos nada; siempre tenemos algo, lo cual no valoramos por estar anhelando algo más. Sarlo menciona también la idea de laberinto en los shopping: hay muchos caminos bifurcados, muchas opciones para elegir, y no se sabe cuál es la correcta. Y aquí volvemos al cuento de Saer “El que se llora”, donde tiene tantas opciones para elegir que no sabe cómo elegirlas, donde lo invade un sentimiento profundo de indecisión e incertidumbre al no entender todo por completo.

Si nos ponemos a pensar en la ubicación de los shopping, están generalmente aislados del centro de la ciudad. Sin ir más lejos, el nuevo DOT BAIRES es un claro ejemplo de ésto. Ingresar a uno de estos lugares muchas veces acentúa la idea posmoderna del individualismo. Cada uno camina por su lado, o con su grupo, pero nunca se relaciona con otros. Se pierde la noción del tiempo, y solo importa el hecho de comprar. En el cuento de Juan Jose Saer “Al abrigo” el protagonista se siente solo en el momento en que lo que lo rodea se cae al no saber hasta qué punto todo es real. Y en los shopping pasa lo mismo. Salimos de la realidad para entrar en otra más cómoda, donde contamos con seguridad, limpieza, iluminación, locales decorados de tal forma que creemos que salimos del mundo en el que vivimos y entramos en uno en el cual nada malo puede sucedernos. Y por eso también entramos en nuestro propio mundo, en el cual no nos involucramos con el otro, contrayendo así menos compromisos. Al encontrar esa comodidad, frecuentamos este lugar de tal forma y tan a menudo que pasó, en la era posmoderna, a reemplazar a los bares, clubes, a
la salida a la plaza.

Salir de compras porque sí no es nada inusual y muchas veces implica comprar objetos a los que luego no se les dé ningún uso. Así encontramos una actividad común en mucha gente: coleccionar. Coleccionar implica juntar elementos semejantes o del mismo tipo. La colección parte de un mecanismo que no es racional, se tienen objetos solo por tenerlos, sin ningún fin: Se junta algo a lo que no se le da utilidad. Sarlo dice: “En la colección las cosas tienen un alma que se enriquece a medida que la colección se enriquece: la vejez es valiosa en la colección” #. La colección produce en el coleccionista la sensación de posesión de objetos que con el tiempo van tomando un valor cada vez mas alto. Pasan a ser objetos hípersignificantes. Y no importa qué tantos objetos coleccione, sino importa el hecho de poder comprarlos y tenerlos. En el cuento ‘Al abrigo’, el protagonista guarda en el altillo billetes, y nadie lo sabe. Está de alguna forma coleccionándolos, y podemos encontrar en ello una manifestación del capitalismo. La base del capitalismo es la acumulación de dinero. Bajo este sistema, se está bien posicionado en la sociedad teniendo dinero. El protagonista así coleccionando dinero siente que puede pertenecer. También, al encontrar el diario íntimo siente nostalgia, y comienza a darle valor a ese objeto, pasa a ser para él un objeto híper-significante y a través de él empieza a comprender muchas características de la sociedad.
En contracara, encontramos a los llamados por Sarlo coleccionistas al revés. Coleccionar al revés incluye un sentimiento de aburrimiento de lo viejo y una adicción al cambio, a lo nuevo, a lo último. “Para el coleccionista al revés, su deseo no tiene objeto que pueda conformarlo, porque siempre habrá otro objeto que lo llame” #. Así, el fin de la colección es simplemente la posesión de los objetos, y una vez adquiridos pasan a perder valor, ya que habrá otro que lo supere y que será el objetivo del coleccionista hasta adquirirlo, momento en el cual nuevamente el objeto perderá su importancia, formando así un círculo sin fin con la constante anhelación de nuevos elementos.

La posmodernidad trajo consigo también cambios en el concepto de familia. Antes el modelo a seguir era claro: la mujer debía casarse y cumplir la función de madre y ama de casa, los estudios terciarios no eran importantes para ella; el hombre trabajaba y mantenía económicamente a su mujer y a sus hijos. Hoy, la llamada “familia posmoderna” difiere ampliamente de la “familia tipo” (madre y padre con hijos viviendo en la misma casa). Hay una disminución notable de casamientos, que da lugar a la convivencia sin compromiso alguno. La separación es un trámite, y así se enfatiza la falta de compromiso y la inestabilidad. En el cuento “Al abrigo”, al encontrar el diario íntimo el protagonista siente que pierde todo lo que tiene al comprender que lo oculto puede estar en cualquier lado. Se siente frustrado al percibir que de un día para otro puede perder todo lo que tiene. Aquí se refleja el oscilación en las relaciones. No asumir responsabilidades es una característica resaltante en los vínculos, viéndose esto reflejado por ejemplo en las parejas que deciden no casarse para no involucrar temas legales o no tener hijos. También aparecen como manifestación de la “libertad” que aparece en la posmodernidad el incremento de los divorcios o las uniones gay.

Los rasgos característicos de la posmodernidad se ven reflejados en la invasión tecnológica. En el cuento “La intrusa”, Pedro Orgambide personaliza una computadora para reflejar el despido de un empleado al ser reemplazado por la misma. Así es como la tecnología se insertó en nuestras vidas de forma tal que no se podría vivir sin ella. Las bases de datos de las empresas, la contabilidad y todo aquello necesario para llevar adelante a la misma depende de la tecnología para su correcto funcionamiento. Y no sólo eso, muchas relaciones se mantienen virtualmente, facilitando la comunicación en muchos casos: amigos, novios, familiares. Pero a la vez, en muchos casos se disminuyó. La televisión reemplazó la charla a la hora de la cena, el chat reemplazó encuentros en casas o salidas de amigos. En este sentido, la tecnología fomenta el individualismo y en el sentido laboral no se depende tanto de los recursos humanos. En la era posmoderna encontramos, entonces, un quiebre en las relaciones, un deseo de vivir el presente y no pensar en el futuro, de ahí la inestabilidad, y el individualismo frente a, también, la pérdida de la personalidad individual.

CITAS:
# SARLO, Beatriz: Escenas de la vida posmoderna, Ariel, 1994.

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